Lisbeth Díaz: Reina una vez, reina por siempre

Tabla de Contenidos

Cortesía: Edinson Ascencio

Nadie imaginaría que una historia de Carnaval pudiera comenzar en una ciudad como Bogotá. Frío, lluvia intermitente y una neblina espesa que no dejaba ver más allá de unas cuadras. Nada de arena caliente, brisa caribe o el olor a fritos en las esquinas. Pero ahí estábamos, en el corazón de la capital, rodeados de edificios grises y gente con bufandas, a punto de ver una muestra del Carnaval de Barranquilla una semana después del miércoles de ceniza.

Lisbeth, con la risa fácil y su bufanda enrollada en el cuello, se cruzó de brazos y nos miró con complicidad.

—Mirándonos, a punto de congelarnos en plena Bogotá por traer ella también un pedacito de lo que tenemos todo el año en Barranquilla —soltó con una carcajada, golpeando sus palmas con esa chispa inconfundible de quien encuentra la ironía en las cosas más simples de la vida.

Era el  15 de marzo de 2019 y habíamos salido a presentar una de esas muestras culturales que buscan llevar la esencia del Caribe al interior del país. En medio del ajetreo Bogotano, la música de millo y los bailarines en escena rompían la monotonía de la gran ciudad. Para Lisbeth, más que un espectáculo, era un reencuentro con la capital del país desde su cultura caribe, aquella que tanto amaba.

Cuando la flauta de millo comenzó a sonar, algo en su mirada cambió. El frío bogotano quedó en un segundo plano mientras su atención se centraba en el sonido de los tambores y la cadencia de las cumbiamberas, en la energía de los bailarines, en la expresión de aquellos capitalinos que observaban por primera vez la fiesta de su tierra, su amada Barranquilla. Sin perder un segundo, sacó su libreta de notas y empezó a escribir. No podía evitarlo. Lo veía todo, lo registraba todo. Era su forma de capturar la vida, de inmortalizar los momentos importantes que presenciaba, de construir recuerdos en tinta y papel.

Desde niña, Lisbeth había sido una contadora de historias frente al espejo. Romántica, apasionada por el amor y por amar a todo y a todos aquellos que le rodeaban. No sólo relataba la vida de otros, sino que la transformaba con sus palabras. Todo el que se acercaba a ella encontraba una solución, una palabra de aliento, un hombro firme. Su don de servicio era tan grande como su amor a Dios y su pasión por el periodismo, una vocación que la acompañó hasta el último día de su vida.

En sus últimos mensajes hacia sus familiares y amigos, manifestaba que iba a estar mejor, con la ayuda de Él, su amado Dios, a quien desde pequeña le inculcaron en las instituciones educativas donde recibió sus primeros estudios.

Su madre, Marina, recuerda su nacimiento como si hubiera sido ayer —era coloradita, bonita… una muñequita de porcelana —dice con una sonrisa que, por un instante, ilumina sus ojos igual que lo hacen aquellos faroles de luceros girando en la noche de guacherna, es de admirar como en el rostro de doña Marina se nota una emoción inconfundible a pesar del peso de la ausencia.

Lisbeth no solo fue madre, periodista y amiga incondicional. Fue una reina. No por coronas de Carnaval— aunque las tuvo—, sino por el cariño de quienes la rodeaban. En 2007, cuando el diario La Libertad la eligió Reina del Periódico en el reinado de los periodistas, su alegría contagiosa y su carisma la hicieron inolvidable en el corazón de sus colegas y demás carnavaleros que hacían presencia en aquel templete del evento. “Nosotros disfrutamos ese evento, la felicidad era una locura  desde ese día fue la reina para todos”, dice su hermana Nini, con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Pero su reinado iba más allá de los eventos. Su verdadero título se lo ganó con su trabajo. Para Belinda García, su amiga y su profesora de la Universidad Autónoma del Caribe donde culminó sus estudios, Lisbeth era “la diosa de la escritura”. Tenía una pluma ágil, apasionada, que hacía del periodismo una herramienta de transformación. En la Casa del Carnaval, donde trabajó más de una década, dejó una huella profunda, imborrable y no sólo por sus textos, sino por su liderazgo y el amor con el que guiaba a su equipo, con el que los cuidaba. “Escribía como los dioses”, recuerda Ana María Osorio, una de sus más cercanas amigas y compañera de oficina.

Aquella noche en Bogotá, mientras la música seguía retumbando en la plaza, Lisbeth se detuvo un instante. Cerró la libreta y observó el escenario como si quisiera grabarlo no solo en su teléfono celular sino también  en su memoria. Tal vez porque en el fondo sabía que aquel momento, tan simple y a la vez tan poderoso, era un reflejo de lo que siempre había sido su vida: una mezcla de alegría, lucha, disciplina y amor por sus raíces y su carnaval, aquel que a pesar de las adversidades de la vida siempre le alegraba el alma.

Muchas de las tantas historias que ayudó a escribir Lisbeth fue la de Valeria Abuchaibe la indeleble reina del Carnaval de Barranquilla 2018 y su rey momo Ricardo Sierra, el rey eterno del Carnaval, quienes la recuerdan con un amor único, con una felicidad inmensa, no solo por el trabajo que “lisbe” como la llaman aún sus amigas y colegas, desarrolló como jefa de prensa de Valeria, sino por todo lo que juntos vivieron en aquel momento icónico en sus vidas. “Recuerdo mucho cuando Lisbeth me vio en Batalla de flores, vestido de ave fenix, sus lagrimas salieron a relucir, verla con aquella emoción al verme vivir mi sueño es un recuerdo que atesoro en mi corazon”, dice Momo, al tiempo que su rostro refleja gratitud.

Terminada aquella presentación, un bus nos transportó hasta el imponente aeropuerto El Dorado, el cansancio nos ganó la batalla en el vuelo de regreso hacia la puerta de oro, pero Lisbeth seguía trabajando, como siempre lo hizo, dando lo mejor de sí. Una vez el avión aterrizó en territorio costeño nos despedimos con abrazos y risas, caminando por las cálidas calles Barranquilleras, con el eco de los tambores aún en los oídos. Nadie imaginó que sería una de las últimas veces que compartiríamos viajes juntos, llevando la alegría del carnaval con ella a otro lugar del país.

Hoy, cuando el Carnaval vuelve cada año y la majestuosa Vía 40 de Barranquilla se llena de vida, hay un vacío que golpea nuestros corazones, imposible de ignorar al pasar por el palco de prensa. Pero también hay una certeza: Lisbeth no se ha ido. Sigue en cada historia que escribió, en cada nota que tomó, en cada persona a la que ayudó. Porque reina, una vez, reina por siempre en los corazones de todos.

Por: Juan Sebastian Leon Forero